Archive for octubre, 2011

Entrevista al creador de los papelitos amarillos

lunes, octubre 31st, 2011

Una noche de Halloween hace veinte años, yo estaba en Minneapolis-St. Paul (las ciudades gemelas), en Minnesota (Estados Unidos).  Preparándome para entrevistar a Art Fry, el inventor de los «papelitos amarillos» en 3M. Salí a recorrer el Skyway: como hace tanto frío, en esta ciudad unieron las principales manzanas del Centro por arriba, de modo que uno puede circular libremente sin salir a la calle. Los niños disfrazados andaban felices pidiendo trick or treat.

Yo era el Jefe de Redacción de la revista «Siglo XXI – Ciencia y Tecnología» de «El Mercurio». Me había ganado la Beca Microsoft, un concurso para periodistas tecnológicos que había organizado Instrumentos para la Inteligencia, la empresa que representaba a Microsoft en Chile en ese momento. En el jurado estaban Jorge Andrés Richards y Silvia Pellegrini, directora de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica en ese tiempo.

El premio consistía en un viaje a Las Vegas, a la feria Comdex, y después a la sede de Microsoft, en Seattle.

Me acompañó el gerente general de Instrumentos para la Inteligencia, Arturo Alba García.

Fue mi primera Comdex; después, cubriría otras cuatro más en Las Vegas.

No era mi primer viaje a Estados Unidos. Seis meses antes había ido a Chicago, a cubrir el Consumer Electronics Show (CES), de verano, donde Commodore y Philips se enfrentaban por el mercado de los CDs interactivos: era el CDTV vs. CD-i.

En la Comdex de octubre de 1991, descubrí que la pelea entre Commodore y Philips no tenía sentido. Una de las sensaciones era «Multimedios»: la importancia del uso de los CD-ROMs en los computadores. «Me parece que los avances hechos para usar multimedios en el PC dejarán obsoletos a aparatos como el nuevo CD-i, de Philips, o el anterior CDTV, de Commodore. ¿Qué sentido tiene poseer un equipo que sólo muestra multimedios si un PC puede hacer lo mismo?» En «El Mercurio», me retaron por este párrafo. Los de Commodore eran grandes avisadores del diario y llegaron a reclamar que yo no podía descartar el futuro de uno de sus productos. La Editora de Suplementos me llamó a su oficina y me dijo que nosotros no podíamos andar anunciando lo que ocurriría… Sólo teníamos que mostrar lo que pasaba.

El viaje fue tremendamente productivo para la revista «Siglo XXI». Despaché varias notas sobre la Comdex, otras sobre Microsoft (entrevisté a Nathan Mhyrvold, su gerente de Tecnología); en Seattle, hice un reportaje sobre la Boeing…

Y paseamos por Seattle con Arturo Alba García en un Ford Malibu que arrendamos. Lo hice recorrer toda la ciudad hasta que encontramos la tumba de Jimi Hendrix (le dejé un cigarrillo Advance corto). En un supermercado, descubrí a uno de mis amores: la batería electrónica Yamaha DD-6. Hasta el día de hoy la tengo y me acompaña en mis grabaciones. Me costó 100 dólares. No importa que la tenga abandonada un par de años; la prendo y funciona.

Las relacionadoras públicas de 3M en Chile (María Elena Undurraga y María Teresa Correa) me programaron este viaje a St. Paul para entrevistar a Art Fry. El hotel en el que me alojaron era tan maravilloso, que me costó encontrar el baño…

En el mismo cuarto de hotel recibí a Art Fry. Como las personas realmente grandes, era simple y encantador. (Yo ya había aprendido esto cuando entrevisté a Miguel Torres en marzo de 1990: las personas realmente grandes son simples y encantadoras.) Recordaba remotamente al Caballero Blanco de Alicia A Través del Espejo, ése que inventaba trampas para ratones.

Art Fry no descansó hasta que me llevó a probar la mejor hamburguesa de St. Paul en su Nissan Sentra con una patente que decía «POST IT». «Mi jefe siempre me dice que debería cambiar de auto», me confesó.

Era una hamburguesa muy buena. Como para no volver nunca al McDonald’s.

El día anterior yo había estado en las oficinas de 3M, con el gerente de Márketing, quien estaba muy molesto porque usamos la palabra «scotch» como genérico para los papeles adhesivos. Nunca quisieron confesar cuánta plata había ganado 3M con los papelitos amarillos.

Cuando se despidió de mí, Art Fry me dijo: «Ahora voy a mi barrio a convertirme en héroe. Voy a limpiar la nieve».

Esta nota sobre Art Fry fue publicada el 6 de diciembre de 1991.

 

3M, Art Fry: Módulos Creativos

lunes, octubre 31st, 2011

EN 3M funcionan como un montón de pequeñas compañías agrupadas.

Cada una de las 45 divisiones se comporta como una empresa aparte: tiene su propio gerente general; sus ganancias y pérdidas. Una división puede crecer, o morir.

Art Fry piensa que esta estructura es funda­mental para una empresa que está interesada en manejar bien el cambio, y que desee crecer, «y 3M tiene mas tecnologías que cualquier otra empresa en el mundo».

Resulta:

—Cuando entré, 3M era una compañía de 250 millones de dólares. Cuando llegamos a los mil millones de dólares, pensé «bueno, eso sería todo». Cuando llegamos a los 10 mil millones de dólares, pensé «¿cómo lo haremos para seguir?». Vamos en los 13 mil millones de dólares…

Las ventas de 1990 de la Minnesota Mining and Manufacturing Company (nombre legal de 3M; lo usaba hace 80 años cuando sólo fabricaba lija) fueron 13.021.000.000 de dólares. El 6,6% lo destinan a Investigación y Desarrollo, donde trabajan casi 8.000 científicos (son unos $310.000.000.000.)

Cuenta con 90 mil empleados repartidos en 56 países.

—Y porque somos pequeñas unidades individuales agrupadas, pienso que seguiremos creciendo y manejando la diversidad, porque es el mismo principio con el que funciona la economía de libre mercado. La gente ve una oportunidad y la aprovecha. El problema de una econo­mía dirigida, como la soviética, es que simplemente ellos no pueden manejar todos los detalles.

En una administración dirigida —dice Fry—, la información viene de arriba y los de abajo obede­cen las instrucciones. En la funcional, las ins­trucciones circulan hacia arriba y hacia abajo. Y la tarea de la administración es facilitar las cosas.

Piensa que para 3M ha resultado provechoso trabajar en la frontera del conocimiento; tratando de aprehender lo nuevo. «Los de Investigación tra­bajan en esas áreas, y luego las personas de Desarrollo toman esta información y construyen aplicaciones comer­ciales para ellas.»

Este es el inventor de los papelitos amarillos

lunes, octubre 31st, 2011

Art Fry me contó que el color amarillo fue pura casualidad. "La gente cree que fue producto de una cuidadosa elección, pero la verdad es que estaba por ahí".

El inventor de los papelitos amarillos, Art Fry, lleva 38 años trabajando en 3M.  No piensa jubilar. Aún desarrolla nuevas tecnologías. Dice que el futuro nos depara un 20% de sorpresas.

EN 3M, el 25% de los productos que tienen en el mercado deben ser nuevos.

No es chiste, porque 3M fabrica ¡65.000 productos!

Los nuevos deben tener máximo cinco años de antigüedad.

Ahí, Art Fry (60, ingeniero químico, casado, 3 hijos, 3 nietos) desa­rrolló los papelitos amarillos engoma­dos, los Post-it Notes, alguna vez consi­derados uno de los 25 productos más útiles de los últimos 25 años.

Cuenta que otro químico de la empresa intentaba lograr adhesivos muy fuertes, muy pegajosos. Por error, le apareció un adhesivo de bajo poder. No se le ocurría qué hacer con él.

—Era muy interesante… —co­menta Art Fry—. El pensó que quizás era un error, y lo intentó de nuevo, y logró exactamente lo mismo. Y en ciencia cuando uno puede repetir algo, es muy interesante.

Tenía características especiales. Muchos de los adhesivos de bajo poder con el paso del tiempo se van poniendo cargantes de pegajosos: cuando uno los saca, destrozan el papel o se quedan ahí pegados para siempre.

Este no. Llegaba a un cierto nivel de «pegajosidad», y después permanecía ahí, inmutable. Por mucho tiempo.

Notable. «Pero en ese momento, na­die sabía exactamente qué hacer con él.»

—Una característica de 3M es que no botamos una idea simplemente porque no calza con lo que estamos haciendo: la diseminamos a través de una serie de mecanis­mos, para transferir el conocimiento por las divisiones.

COMO LA DEMOCRACIA

Art Fry tenía un problema: canta­ba en el coro de una iglesia, y marcaba dónde iba en el misal con un papelito. Y, claro, el papelito se le caía, y se le perdía dónde iba, y le tocaba su turno y estaba perdido. Entonces, Art pensó:

«Me pregunto si yo podría hacer un marcador de libros con este adhesivo de bajo poder, que se pegara suavemente a la página y no se cayera, pero que no rompiera el libro. ¿Cómo funcionará este adhesivo sobre papel?»

Era perfecto. «Y nosotros tenemos esa posibilidad de trabajar 15% del tiempo haciendo lo que nos dé la gana. Además, nos proporcionan un presupuesto ¡Porque qué pasa si tienes buenas ideas y no te dan las facilidades!…»

Le incorporó un fijador, se lo mostró a su jefe, y éste le comentó:

—Art, no es sólo un marcador. Es un papel autoadhesivo. Es una nueva manera de comunicarse.

Fry hizo un montón de muestras y las repartió. Después de 10 hojas, to­dos estaban adictos a los papelitos.

Trabajó nueve meses descubriendo una forma de recubrir los adhesivos.

-Hay revestimiento a ambos lados. El que va arriba es muy sofisticado, porque acepta escritura de todo tipo de lápices, pero no se pega demasiado al adhesivo de la hoja que va encima. Muy intrincado.

Entonces, fue a la administración y pidió gente con tiempo y habilida­des que él no tenía. «Esta es una empresa muy abierta. Cualquiera puede pedirle ayuda a cualquiera.»

—Si yo tengo un sueño o una idea que me excita y creo que tiene mucho potencial, pero requiere habilidades que no tengo, puedo pedir ayuda. Esto es algo muy fuerte. ¡Así funciona la democracia! El Gobierno no te dice «tienes que trabajar en esto». Las personas descubren en qué trabajar. Lo desarrollan y tienen éxito.

UNA ARENGA

Diseñaron un proyecto. Había muchos problemas que resolver. Co­sas que nadie había hecho antes. En 1977, ofrecieron los Post-it en cuatro ciudades. Fue un desastre. Estuvieron a punto de matar el proyecto. No se vendían.

Art Fry acudió donde los dos máximos ejecutivos de su división y los arengó:

—No maten el producto hasta que les  pregunten a las personas que los están usando.  Porque hay personas que los están usando y ellas nos dicen cuánto les gusta. No escuchen sólo a los que les dicen que no pueden venderlo. Ese es un problema diferente, un problema que tiene que ser solucionado -emocionado, suplicante-. Por favor, antes de que lo maten, vayan a las personas que los están usando y pregúntenles. Si les gusta,  encontraremos una manera de venderlo. Si no les gusta, mátenlo.

Motivados por tal plática, los altos ejecutivos partieron ellos mismos a vender los papelitos a una quinta ciudad. Ahora, distribuyeron folletos con muestras gratis. Diez hojitas hicieron el milagro: las ventas se fueron así para arriba.

En 1980, comenzaron a venderlo en todo EE.UU. y Canadá. En 1981, al mundo.

POR DIVERSION

-¿Qué está haciendo ahora?

-Estoy todavía desarrollando nuevos productos, nuevas tecnologías.

Cree que el futuro contiene alrededor de 80% de prolongaciones de lo que conocemos y 20% de sorpresas.

-¿Trabaja con mucha libertad?

-Hago lo que quiero.

-¿El 100% del tiempo?

-Sí.

-¿Pero le encargan proyectos especiales?

-A veces me piden, como ahora que me pidieron que conversara con usted.

-¿Cómo evitan que la gente llegue a cargos administrativos en los que son inútiles?

–Tenemos una progresión con una escala dual. Uno puede ascender por el lado administrativo o por el lado técnico. Por el lado administrativo, uno tiene responsabilidades de gente y de presupuesto. En el lado técnico, uno tiene cada vez más responsabi­lidades técnicas.

Fry ostenta el cargo de Científico de la Corporación. «Tengo responsabi­lidades técnicas no sólo por mí mismo, sino que también tengo que asegurar que la empresa está caminando en las direcciones técnicas correctas.»

No piensa jubilar.

—Aún me estoy divirtiendo.

Desde St. Paul, Alexis Jéldrez

Art Fry es Corporate Scientist de 3M. Desde 1984 pertenece a la Carlton Society, máxima distinción dentro de la compañía.

NOTA:

Art Fry no se cree la muerte. Es simpático. La patente de su Nissan Sentra dice «POST IT». En St. Paul, es una celebridad local.

OTRA NOTA:

La 3M es importante en St. Paul, y en EE.UU. es la empresa número 17 por sus utilidades: 1.308.000.000 de dólares en 1990. Dedica una enorme cantidad a Investigación y Desarrollo. Le gustan las cosas «que a otra gente le resultaría difícil fabricar: si es fácil, 3M no se interesa».

RESUMEN

Art Fry, científico de 3M, cuenta cómo inventó los papelitos amarillos engomados, Post-it Notes. De pasada, muestra técnicas que usa esta empresa para mantenerse en la frontera del conocimiento. Piensa que tiene que ver con la democracia y la economía de libre mercado dentro de la compañía.

Apple antes del Macintosh

lunes, octubre 10th, 2011

¿Qué hacían en Apple antes del Macintosh? En 1984 publiqué en la «Revista del Domingo» de «El Mercurio» este artículo de una página y media sobre Steve Jobs. Por esos tiempos, nuestras oficinas todavía estaban en Morandé con Compañía, al lado del Conservatorio, muy cerca del Café Do Brasil…

No era fácil conseguir la información, sin Internet ni mail. Y, peor que eso, sin que a nadie le importara quién podría ser Steve Jobs o Apple, for that matter.

Quien más me ayudó fue la empresaria Rosa Melnick. Ella tenía una empresa en Agustinas, muy cerca (se llamaba Teorema), que traía productos Apple.

Mucho tiempo después, me encontré con Rosa Melnick en el Parque Arauco mostrando consolas Sega Genesis. Al final, ella acompañó a Salo hasta sus últimos minutos.

Probablemente, es la primera crónica escrita sobre Steve Jobs o Apple en Chile. También es el primer artículo que yo escribí sobre tecnología.

Nunca dejaba de consultar en los años 80 la valiosa Biblioteca del Instituto Chileno-Norteamericano, donde tenían microfilmes del New York Times y una interesantísima publicación bibliográfica que se llamaba «Current Digest». En esa biblioteca, María Teresa Herreros me mostró el primer CD-ROM. (En la época en que había dos modelos distintos; el otro era CD-WORM.)

Yo creo que muchos no se imaginan a Apple sin el Macintosh. (Muchos no se la imaginarán sin el iPhone.)

La diagramación estuvo a cargo de mi gran amigo Tomás Castillo Watson.

¡Ah! La joya de la foto es mi Macintosh 512K, sin disco duro, fabricado íntegramente en Estados Unidos. Uno podía estar infinitamente metiendo diskettes y sacando diskettes para conseguir hacer algo…

Un Mordisco Millonario

lunes, octubre 10th, 2011

Después de vender su liebre Volkswagen hace ocho años, Steve Jobs, 29, se instaló en el garaje de su casa a fabricar computadores. Le fue bien; en 1983 su empresa vendió casi 1.000 millones de dólares…

PARA los norteamericanos es un héroe, un símbolo, un ejemplo digno de imitar. Steve Jobs, 29, comenzó fabricando computadores pequeños en el garaje de su casa hace ocho años y hoy tie­ne una fortuna de más de 400 millones de dólares. Es la prueba palpable, para ellos, de que todos los ciudadanos pueden llegar a ser millonarios. De que existe igualdad de oportunidades en Estados Unidos.

Hijo adoptivo de una familia californiana de clase media, su primer trabajo lo conseguiría respondiendo a un aviso en el diario que decía: «Diviértase y gane dinero.» Ideal. Se convirtió en el cuadragésimo empleado de Atari. Tenía 18 años y sus estudios se reducían a un semestre en la universidad. Esta empresa era muy especial: las reuniones de comité creativo se hacían con marihuana. . .

Jobs estaba feliz en su trabajo, pero nunca tanto como para no sentir la imperiosa necesidad de partir de allí —con su sueldo en el bolsillo, pelado al cero y con su mochila— hacia la India, en busca de tranquilidad espiritual. No le llegó la iluminación, así que, al cabo de un año, regresó a los Estados Unidos a buscar, sin éxito, a sus verdaderos padres. Luego, se dedicó a la terapia primordial y, por último, a la vida comunitaria.

Finalmente, con su amigo y compin­che Stephen Wozniak, cinco años mayor que él, se dedica a fabricar y vender «cajas azules», aparatos electrónicos ilegales que permiten hacer llamadas telefónicas de larga distancia gratis.

Pero Wozniak era un pequeño «mago» de la computación y lo que realmente le interesaba era llegar a construir un pequeño computador fácil de usar. Para es­to, ingresan los dos a un club de «computófilos»: el sueño de Wozniak era que sus amigos le llegaran a preguntar: «¿Y tú hiciste todo eso con tan pocos circuitos integrados?»

NACE UN COMPUTADOR

Lo bueno que tiene este par de ami­gos es que se complementan perfectamente —como el gordo y el flaco—, porque Wozniak tenía el genio computacional y Jobs, una visión comercial que ya hubiera querido para sí Gordon Getty. Lo que nin­guno de los dos tenía era dinero.

Hasta que un buen día Wozniak lo­gró construir su pequeño computador con piezas que Jobs había sacado de Atari, y otras que él mismo consiguió en la Hew­lett-Packard, donde trabajaba como ingeniero. Jobs tenía 21 años.

Mientras Wozniak observa la magní­fica máquina que acaba de crear —tal como Miguel Angel miró a su David recién terminado—, Jobs divaga en las múltiples posibilidades comerciales del nuevo «producto».

Cuando sus amigos del club de computación ven la nueva máquina, todos quieren tener una.

Afirma Wozniak: «Después que diseñé el computador que posteriormente llamaría­mos «Apple I», Jobs me dijo: «Mucha gente quiere construir estos aparatos. ¿Por qué no fabricamos y vendemos un tablero de com­putador personal para ellos?»»

«Hicimos algunos cálculos y llegamos a la conclusión de que no recuperaríamos nuestro dinero. Costaría alrededor de mil dólares diseñar un tablero de computador personal y fabricar algunos. Era poco pro­bable que pudiéramos vender tantos en el club. Pensé que perderíamos todo nuestro dinero, y Jobs dijo: «Sí, perderemos todo, pero tendremos una empresa por única vez en nuestras vidas.» Y yo pensé que eso es­taba bien.»

Para satisfacer la demanda, Jobs tuvo que vender su liebre Volkswagen, y Woz­niak su calculadora científica 65 Hewlett-Packard. Con los 1.300 dólares que reco­lectan, contratan a un amigo para que ha­ga el diseño de un tablero de circuitos im­presos que reduzca la línea de montaje de sesenta horas a seis.

Al momento de patentar un nombre para el computador, no se les ocurría nada. Horas y horas estuvieron pensando… Al fi­nal, Jobs, sacando un mordisco de la man­zana que estaba comiendo, dijo: «Si a nadie se le ocurre un nombre mejor antes de las cinco de la tarde, le pondremos «Apple».»

Se instalaron en el garaje y en un dor­mitorio de la casa de los padres —los adoptivos— de Jobs.

Recuerda:

«Uno podía conectar las piezas a este tablero de circuitos y soldarlas, ¡y funcio­naba!… De manera que lo que íbamos a hacer era fabricar y vender tableros de cir­cuitos vacíos a nuestros amigos. Esperába­mos vender unos cien tableros. Los podía­mos confeccionar con un costo de 25 dóla­res. Pensábamos que si los vendíamos en cincuenta dólares, podríamos sacar una ga­nancia de 2.500 dólares y recuperar nuestros gastos.»

SOLO CON EL MEJOR PUBLICISTA

Pero no tenían dinero para hacer los tableros, de modo que deciden recaudar el efectivo antes. En eso estaba Jobs cuando un negocio de computadores le hizo un pedido de cincuenta tableros. Sus ojitos brillaron con signos de dólares y tuvo una visión de múltiples líneas de montaje pro­duciendo un computador cada siete segundos…

El único problema estaba en que este negocio les exigía tableros completamente ensamblados, para lo cual requerían pie­zas que costaban miles de dólares. Enton­ces Jobs sacó a relucir su mejor arma: un poder de convicción brillante. «Fui a tres distribuidores locales de repuestos electró­nicos y, lleno de loco entusiasmo, los convencí», es lo que mejor sabe hacer, «de que nos vendieran alrededor de 25 mil dólares en repuestos, a treinta días plazo. No teníamos capital. Nada. Y ellos se jugaron por nosotros…»

 «Construimos cien computadores. Entregamos los cincuenta que nos habían pe­dido en el negocio, y devolvimos el dinero que adeudábamos en 29 días. Nunca volvi­mos a tener problemas de caja.»

Enseguida, intentó conseguir al mejor publicista de la región, Regis McKenna. «No podíamos pagarle a ninguno, de modo que preferimos no pagarle al mejor.» McKenna rechaza dos veces a Steve. A la tercera, Jobs le dice: «Regis, no tengo di­nero para pagarle. Quiero que usted haga nuestra publicidad. Seremos una empresa de computadores con un éxito increíble. Créa­me. Sólo créame. Le pagaré en un año.» El lo miró a los ojos y dijo: «Oquei.» Algo vio en los ojos de Steve: la determinación, la decisión de ser el mejor.

Su primer trabajo fue diseñar el lo­gotipo de Apple, una manzana con un mordisco (en un comienzo incluía también a Newton en su pose favorita: debajo de un manzano).

LLEGA EL DINERO

McKenna le sugirió que se entrevistara con un inversionista dedicado a financiar empresas nuevas, Don Valentine, con el fin de solucionar de una vez y para siempre los problemas de capital. Valen­tine fue a revisar el nuevo computador y encontró a Jobs —que evidentemente no lo esperaba ese día— con sandalias, bluyines recortados, el pelo hasta los hom­bros y barba a lo Ho Chi Minh. Posteriormente, de regreso en su oficina, Valentine llamaría a McKenna para preguntarle: «¿Por qué me mandaste a hablar con este renegado de la raza humana?»

A pesar de este incidente, recomendó la empresa a A.C. «Mike» Markkula, ex gerente de mercadeo de una fábrica de circuitos in­tegrados. Markkula ofreció su experiencia y 250 mil dólares. Jobs y Wozniak empe­zaron a llamarlo socio al tiro. Markkula se consiguió una línea de crédito con el Bank of America, y convenció a dos empresas fi­nancieras para que invirtieran en Apple.

La nueva empresa estaba lista. Lle­garía a ser una de las más grandes de Es­tados Unidos.

Desde un comienzo la pequeña com­pañía lo hizo todo bien: diseñaron un mo­delo elegante y bonito. Jobs exigió que se usara plástico claro y atractivo en vez de metal. Escribieron manuales concisos y sencillos que harían que las máquinas fueran fáciles de usar. Este modelo (el Apple II) ha vendido dos millones de unidades hasta hoy…

Se dice que Apple es la firma de más rápido crecimiento en la historia es­tadounidense. Sus ventas subieron de 2,7 millones de dólares en 1977 a 982 millones en 1983.

Paralelamente crecía la fortuna de Jobs (Wozniak se retiró un par de años para organizar festivales de música rock). Como le gusta contarlo a él mismo: «A los 23 años mi fortuna era un millón de dólares. A los 24, diez millones. A los 25, cien millones.»  Hoy, a los 29 —y todavía soltero—, se calcula su fortuna en 427 millones de dólares.

Así se formó la fortuna de Steve Jobs, una de las más sorprendentes, rápidas y abul­tadas de nuestro tiempo.


				

Acá está El Rey del Rock

miércoles, octubre 5th, 2011

Elvis, ídolo de los coléricosAgosto de 1987. Falta una semana para que se cumplan 10 años de la muerte de Elvis Presley. En la «Revista del Domingo» de «El Mercurio» propongo celebrarlo con una crónica en portada y centrales.

En una época sin Internet y sin las facilidades de comunicación actuales, una fuente básica de la información que conseguí fue una maravillosa colección de la revista «Ecran» que la «Revista del Domingo» había adquirido. Estaban todos los números de los años 50 y 60 magníficamente empastados.

De allí surgió la referencia a Camilo Fernández, el gran productor musical de la Nueva Ola (Q.E.P.D.). En 1957, él se había manifestado crítico de Elvis, favorable a Pat Boone. Yo creo que su punto de vista era compartido por muchos en ese momento.

Le dolió la publicación a Camilo Fernández. Envió una larga nota justificando su posición. Se publicó el 13 de septiembre de 1987: «La reacción fue violenta, y los juicios, apresurados», confiesa. «La irrupción de Presley fue una bomba en el centro de nuestra burbuja cultural. Convirtió el canto en un grosero atentado sexual».

El diseño de la crónica es de mi gran amigo Carlitos Olavarría (Q.E.P.D.), a quien le dedicó esta republicación.

Nada me gustaba más que escribir historias de rock en la «Revista del Domingo»: unía dos de mis grandes pasiones: la historia y la música, y, dentro de la música, el rock. En este mismo volumen empastado de la «Revista del Domingo», también hay una crónica sobre los Doors, sobre Maurice Ravel, sobre el compositor chileno Andrés Alcalde (compañero mío en el Conservatorio), sobre Gershwin y sobre el músico brasileño Heitor Villalobos. Ya las irán viendo…

Todas ellas fueron acompañadas por programas en la radio. ¡Ah, no! ¡Si yo era muy multimedios en los años 80! Siempre llamaba a una radio y les pedía que hicieran un programa. Este, de Elvis, fue en la Radio Infinita, 100.1 FM Stereo, a las 19 horas, el domingo 9 de agosto de 1987.

Debo agradecer el aliciente que me dieron Verónica Núñez y Marco Peña, del programa «Días Felices», de Radio Agricultura, para digitalizar este material y publicarlo. Era una cosa que siempre había tenido pendiente, pero nunca atinaba.

El programa «Días Felices» va todos los domingos de 11 a 13 horas en Radio Agricultura 92.1 FM.

Elvis Presley: Idolo de los coléricos

martes, octubre 4th, 2011

Rebeldía con clase
REBELDÍA CON CLASE: El grito es «lo joven es hermoso». A pesar de su apariencia, era humilde y cortés.

 

No sólo James Dean atrajo seguidores en la época de las casacas negras y las motonetas. Elvis Presley los hizo bailar. El próximo domingo se cumplen diez años de su muerte.

CON sus pantalones negros ceñidos, su vis­tosa camisa con cuello levantado, su largo pelo y sus patillas, el Rey enfrenta a la multitud.

—Me gusta comenzar mis conciertos con el himno nacional —dice por el mi­crófono con su inglés arrastrado y de vaga pronunciación—. ¿Se pondrían to­dos de pie, por favor?

Y las 15 mil personas, que copan el estadio de Seattle, se levantan.

Elvis toma la guitarra, se retuerce una vez más, toma aliento, y estalla en un violento rocanrol: «You ain’t nothing but a hound dog. . . (No eres más que un sabueso).»

La multitud, sorprendida, enloque­ce. El público de las galerías se mueve hacia arriba y hacia abajo, como una gi­gantesca estrella de mar. Ni siquiera se escucha la voz de Elvis. Ocurre en 1957.

La irreverencia será uno de los dis­tintivos de Elvis Presley, El Rey, el in­comparable, el sin par ídolo de la mú­sica popular, fallecido hace diez años.

Pero Elvis era algo más que un cantan­te. Fue un símbolo de rebelión. Un grito de lucha. Newsweek lo llama «el niño que abrió la brecha generacional». El creador de una música que los jóvenes pueden lla­mar suya, ya no de sus padres.

Eclipsa así a esas estrellas de cine y vocalistas de centros nocturnos que rei­naban en el mundo de la canción. A Frank Sinatra y Bing Crosby.

En Latinoamérica, relega a lugares secundarios a chilenos como Antonio Prieto y Lucho Gatica. Y empequeñece los triunfos de Miguel Aceves Mejías, con La cama de piedra, y Libertad Lamarque, con Fumando espero.

Todo comienza en enero de 1956 con estos sones: «Well, since my baby left me,/ found a new place to dwell/ down at the end of Lonely Street/ at Heartbreak Hotel.» («Desde que mi chica me dejó,/ encontré un nuevo lugar para vivir/ al final de la Calle Solitaria/ en el  Hotel Nostálgico.»)

Elvis tiene 21 años; su rudo y sagaz empresario, el Coronel Tom Parker, le consigue un fabuloso contrato con la RCA, que edita Hotel Nostálgico, y ven­de un millón de discos en un suspiro.

SALIR DEL MONTON

Atrás quedan los días de miseria en Tupelo, Mississippi; los días de camionero en Memphis. Atrás, sus giras por los estados del sur estadounidense, pro­movido como El Gato Montañés.

Ese mismo enero debuta en televi­sión. Canta: «Puedes quemar mi casa, ro­bar mi auto, beber mi sidra de mi viejo ja­rro; pero no pises mis zapatos de gamuza azul. Puedes hacer cualquier cosa, perc apártate de mis zapatos de gamuza azul.»

La letra debe haberla disfrutado este tímido chico que tarda un cuarto de hora en peinar su «copete» y su «gatito». Que adora la ropa vistosa. Que usa tenidas de terciopelo o de cuero. Que disfruta las chaquetas rosadas.

Que, ya en el liceo, gustaba deslum­brar, llamar la atención.

—Quería ser diferente y parecer de más edad —cuenta Elvis a una periodista en marzo del 57—. El único modo fue dejarme el pelo largo y usar ropa negra. Mis compañeros me molestaban muy a menudo por mi aspecto, pero no desistí. Incluso entonces sabía que para destacar del montón había que ser distinto.

No sólo sus canciones se ponen de moda, sino TODO él. Sus ojos adormi­lados, su boca chueca, sus contorneos y estremecimientos al cantar.

CRITICAS CRIOLLAS

Chile se llena de elvispresleys. Con casacas negras circulan sobre raudas motonetas, escuchando las primeras radios a pilas por las que sale su música.

A Camilo Fernández, entonces co­mentarista de discos de revista Ecran, le disgustaban estos imitadores. «Pantalones ajustados, patillas, pelo largo, se identifican en la calle», reseña para la Navidad del 57. «Bailan muy bien «rock» y no pierden tiempo en conversa­ciones con una muchacha: bastan los he­chos (. . .). Están reñidos con la conver­sación inteligente o culta.»

Decía que Elvis era el «creador de un estilo vocal que ha causado más daño a la música popular que todas las influencias negativas en medio siglo».

Se quejaba de «las convulsiones de Presley, su fraseo entrecortado, sus alu­siones sexuales en gestos y canciones, que se hacen groseras».

Fernández, por aquella época, tenía el remedio. «Si se necesita un modelo, es preferible imitar a Pat Boone», que era «un muchacho culto, sano, educado, uni­versitario, padre de tres hijas, enamorado de su mujer».

No estaba solo en sus ataques. En Estados Unidos, Frank Sinatra llama al rock «la forma de expresión más brutal, fea, desesperada, viciosa».

Ed Sullivan —rey de la televisión estadounidense— jura que Elvis jamás pisará su show. Pero cuando el Coronel Parker lleva a su pupilo al programa de la competencia y su rating baja brus­camente, Sullivan renuncia a todo y de­sembolsa inconcebibles 50 mil dólares para captar a Presley.

CONTORSIONES VENDEDORAS

Se presenta tres veces entre el 8 de septiembre del 56 y el 6 de enero del 57. Sólo en el tercero lo censuran: lo mues­tran de la cintura para arriba, para que no vean cómo Elvis mueve la pelvis. (Le dicen «Elvis the Pelvis».)

El crítico musical Greil Marcus está de acuerdo con la censura. El revisó los videos un cuarto de siglo después y con­cluyó: «Si apareciera hoy en televisión, el espectáculo no sería menos chocante.» A pesar de que considera a Presley «una fi­gura suprema» en la vida estadouniden­se; sin comparación.

Y por qué se mueve así. Elvis:

—En mi primera aparición después que comencé a grabar, yo estaba en un show en Memphis donde comencé a hacer eso. Estaba haciendo una canción rápida, uno de mis primeros discos, y todo el mundo estaba vociferando, y yo no sabía por qué gritaban así. Me fui del escenario y mi manager me dijo que ellos gritaban porque yo me estaba contorsionando. Bueno, volví por un bis y, entonces, hice un poco más, y mientras más lo hacía, más locos se ponían.

Pero no es tan así la cosa. A los 18, cantaba spirituals y movía las caderas, lo que ponía en situación engorrosa a sus compañeros de canto. En los estudios de RCA, Elvis …movía las caderas, lo que molestaba a los ingenieros porque se ale­jaba del micrófono. El jefe de sonido le pide que se quede tranquilo.

—No, no puedo —responde Elvis—. Lo siento. Comienzo a cantar y los mo­vimientos son involuntarios.

SIGUIENDO A JAMES DEAN

Cuando pasa a Hollywood, Elvis se propone emular a James Dean (fallecido un año antes) y a Marlon Brando, sus ídolos. Ellos representaban la primera ola de rebelión de una juventud disconforme. Surgen los beatniks, antecesores de los hippies.

Es la onda popular. En un nivel más culto, en el ensayo, la novela y, so­bre todo, en el teatro, habían surgido antes en Gran Bretaña los jóvenes ira­cundos, con Harold Pinter y John Osborne (Recordando con ira). En el mismo ámbito, crece en Estados Unidos la Beat Generation, con Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti. Ellos expresan el desengaño de los jóvenes por la sociedad de consumo.

El Coronel Parker aprovecha el ci­ne como catapulta para su estrella. Se le ocurre sacar 500 copias simultáneas de la película para estrenarla en igual nú­mero de salas. Cosecha ganancias fabu­losas. Además, comercializa a paso de pulga las bandas de sonido de los fil­mes: primero como singles; luego, como álbumes.

En Chile lo instalan de inmediato en el podio de los diez actores favoritos. Lo superan Yul Brynner, Rock Hudson y, sobre todo, el inefable James Dean.

Sus bolsillos engordan una barba­ridad. En semanas llega a ganar hasta 50 mil dólares en presentaciones per­sonales, más los que le pagan por pelí­cula y por aparecer en televisión, más los millones de discos vendidos… Du­rante 1956, su primer año, recauda 1 millón 900 mil dólares.

«PREFIERO MANEJAR CAMIONES»

Primero compra un Cadillac rosa­do. Después, uno negro; otro amarillo, una limosina negra. Un Lincoln blanco; un coche deportivo Messerschmitt. Pero lo que más le gusta es pasear por las ca­lles de Memphis —¡soplado!— en su moto Harley-Davidson, llevando a bel­dades hollywoodenses como Natalie Wood, quien viaja especialmente a Mem­phis para conocer a sus padres.

También adquiere una mansión de 23 habitaciones, que denomina Graceland (La Tierra de la Gracia). En ella fa­llecerá veinte años más tarde.

Le encantan el cine y los parques de diversiones. No va así no más; los arrien­da para él y sus amigos. Y maneja los pe­queños automóviles, lanza pelotas de tra­po a los monos porfiados, dispara a las hileras de patitos y gana ositos de felpa.

Tiene sueño intranquilo. Se acuesta a las dos, a las cuatro de la madrugada, y duerme, mal, hasta mediodía.

De gustos sencillos, es bueno para las hamburguesas, el pollo asado, la car­ne de cerdo, los emparedados, la leche, los helados.

Y para contorsionarse.

El Coronel Parker y otros ejecuti­vos le han pedido que suavice sus inter­pretaciones. Elvis se opone:

—Si tengo que limitarme a mi voz, prefiero volver a manejar camiones.

Tal como crece el número de sus admiradores, aumenta el de los detractores. Con el objeto de sacarlo de circulación, gran cantidad de gente envía diariamente cartas a la Oficina de Re­clutamiento, pidiendo que enrolen al ídolo.

LA PARADOJA DE ELVIS

Finalmente, el 24 de marzo de 1958, a las 6.30 de la mañana, Elvis se incorporó al Ejército.

A su regreso en 1960, venía con el pelo a lo Sansón: cortito. Suave.

Y se dedicó a cantar baladas como su famosa versión de O Sole Mio que él llamó Ahora o nunca.

—El período previo no era hacia los adultos. Era solamente para la juventud. Ahora hace una música más pausada, más melódica. Ya dejó de ser el lolito del rocanrol con todos sus movimientos que llegaba más bien a las quinceañeras; em­pezó a llegar a todo tipo de público —explica la fan chilena Mireya Campos, profesora de alemán, que lo sabe todo sobre Elvis y posee una espectacular co­lección de más de un centenar de discos suyos.

A fines de los años 60, Elvis comen­zó a presentarse de manera habitual en Las Vegas. Le pagaban 100 mil dólares por noche.

Al momento de morir —con 115 ki­los y una docena de tranquilizantes dis­tintos en el cuerpo—, se le consideraba un destacado vocalista de centros noc­turnos. Como ésos que él mismo había eclipsado. Tenía 42 años.

Texto: Alexis Jéldrez

9 de agosto de 1987