«Se me presentaba la ocasión de ensayar, en ese espacio bien delimitado que va de una costa a otra, un sistema de defensa que más tarde podía aplicarse en otras partes».
«La erección de la muralla significaba la primera prueba irrefutable del poder protector de Roma».
«Aquella línea de defensa se convirtió en el emblema de mi renuncia a la política de conquistas».

A COMIENZOS DE FEBRERO fui, como siempre, a la Feria del Libro Usado de la Universidad Mayor, ahí en Santo Domingo con Mac-Iver. Me compré las «Memorias de Adriano«, de Marguerite Yourcenar, con la maravillosa traducción del inigualable Julio Cortázar. Es una edición española de 1992 (Edhasa, «narrativa contemporánea»). Bonito libro, con hojas gruesas. Allí, el emperador Adriano confiesa de dónde surgió la idea de construir el muro: «Apenas tres meses antes de mi llegada, la Sexta Legión Victoriosa había sido transferida a territorio británico. Reemplazaba a la malhadada Novena Legión, deshecha por los caledonios durante la revuelta que nuestra expedición contra los partos había desencadenado como contragolpe en Bretaña». (p. 143)
Los «caledonios» eran unos pueblos celtas que habitaron la región que hoy conocemos como Escocia.
Ahí tenía Adriano la razón para construir su muralla.

Adriano visitó Bretaña en el año 122 d. de C., avisa el libro «Hadrian’s Wall«, de David Breeze (English Heritage, 2006). When we visited Vindolanda in June, 2022, my son gave me this «handsome guidebook, that provides maps, plans and tours of the important sites, as well as a history of the Wall and its associated forts».
El Muro de Adriano tiene 117 kilómetros de largo.
«Inspeccioné personalmente buena parte de los trabajos, emprendidos simultáneamente sobre un terraplén de ochenta leguas; se me presentaba la ocasión de ensayar, en ese espacio bien delimitado que va de una costa a otra, un sistema de defensa que más tarde podría aplicarse a otras partes».
Nosotros, con mi hijo, recorrimos toda esa zona, de costa a costa, pero nuestro centro de operaciones estuvo en Carlisle (Cumbria). Arrendamos un Citroën C3, con el que fuimos, de ida y vuelta, entre Liverpool y Newcastle. Íbamos muy despacio, porque no está permitido circular a mucha velocidad. La campiña inglesa es verdaderamente hermosa.
Hacia el año 370 d. de C., los romanos comenzaron a abandonar el Muro de Adriano.
«El siglo II me interesa porque fue, durante mucho tiempo, el de los últimos hombres libres», escribe Marguerite Yourcenar. La cita proviene de una carta de Gustave Flaubert: «Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo«.

Claro. Era el fin de las religiones politeístas y el comienzo de las monoteístas. Se comienza a imponer la intolerancia.
«Durante la guerra con los judíos, el rabino Josuá me explicó literalmente ciertos textos de esa lengua de sectarios, tan obsesionados por su dios, que han desatendido lo humano«, señala Adriano (p. 41).

¡Qué fuerte resuena esto en el año 2025!
Adriano siente poca simpatía por la secta de los cristianos (p. 81). Los considera «fanáticos». «Toda tolerancia acordada a los fanáticos los mueve inmediatamente a creer que su causa merece simpatía» (p. 224). Quiso estudiar la vida del joven profeta Jesús, fundador de la secta. «Aquel joven sabio parece haber dejado preceptos muy parecidos a los de Orfeo, con quien suelen compararlo sus discípulos.» Adriano se deleitó con el encanto, la dulzura y la ingenuidad de esa gente sencilla «que se aman los unos a los otros». Pero, bajo esa inocencia recatada y desvaída, Adriano «adivinaba la feroz intransigencia del sectario frente a formas de vida y de pensamiento que no son las suyas» (p. 225).
Adriano no tardó en cansarse de «esos retazos de filosofía torpemente extraídos de los escritos de nuestros sabios». Estaba preocupado por «nuestras antiguas religiones, que no imponen al hombre el yugo de ningún dogma».
A mí me encanta comer palta (aguacate). Yo la sirvo fileteada, con sal, pimienta, aceite de oliva y limón. Pero estoy consciente de que a muchas personas les gusta molida (muy molida) sin pimienta ni limón, pero jamás sería tan salvaje como para atacar con un cuchillo y matar a quien no le gusta la palta como a mí me gusta. La intolerancia comenzó con estas religiones monoteístas: judíos, cristianos y musulmanes. Esto fue un gran error.
Nietzsche escribió en «El Anticristo» que en el Nuevo Testamento había un solo personaje admirable. Se refería a Poncio Pilatos, y a cuando dice «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38).
Adriano observa que lo peor en estas culturas fanáticas era el odio, el desprecio recíproco, el rencor. «Israel se niega a ser solamente un pueblo entre los otros pueblos, poseedor de un dios más entre los dioses. Los más salvajes dacios no ignoran que su Zalmoxis se llama Júpiter en Roma; el Baal púnico del monte Casio ha sido identificado sin trabajo con el Padre. Los egipcios, tan orgullosos de sus fábulas diez veces seculares, consienten ver en Osiris a un Baco cargado de atributos fúnebres; el áspero Mitra se sabe hermano de Apolo. Ningún pueblo, salvo Israel, tiene la arrogancia de encerrar toda la verdad en los estrechos límites de una concepción divina; ningún otro dios ha inspirado a sus adoradores el desprecio y el odio hacia los que ruegan en altares diferentes». (p. 239)
En «Hadrian’s Wall», de English Heritage, mencionan que los soldados romanos apostados en el norte de Bretaña eran muy aficionados a las «mandas». A cambio, muchas veces construían altares o santuarios, o sacrificaban algún animal. (p. 22) Algunos de los dioses locales se asimilaron a dioses romanos: Marte con Belatucadrus, Apolo con Maponus. Otros fueron introducidos por las unidades extranjeras, como es el caso de los arqueros hamianos y su Diosa Madre. «Los templos de estos dioses eran edificios pequeños, ya que, para los romanos, la religión era un asunto personal». (p. 22)
Nosotros vimos muchos de estos restos de altares y santuarios en el Muro de Adriano, y nos sorprendió este punto de vista tolerante. Incluso nos pareció divisar un altar cristiano, que al parecer pertenecía a un comandante.
El mitraísmo era enormemente popular. Se han excavado muchos templos a Mitra. Varios de estos templos fueron destruidos con particular encono por los cristianos, que consideraban que el mitraísmo era una copia de sus propias creencias. (p. 22)
Sir James George Frazer se refiere a la inmensa popularidad del culto de Mitra en el capítulo 10 («El dios ahorcado»), de «La rama dorada«. Dice que, en cuanto a las doctrinas y los ritos, «el culto de Mitra parece tener muchos puntos de semejanza no tan sólo con la religión de la Gran Madre de los Dioses, sino que también con el cristianismo. La semejanza extrañó a los mismos doctores cristianos, que la explicaron como obra del diablo, codicioso en desviar las almas de los hombres de la verdadera fe con una insidiosa y falsa imitación» (p. 277).

Por supuesto, la religión mitraica es muy anterior al cristianismo. «En la estatuaria colosal erigida por el rey Antíoco I (69-34 a. C.) en el monte Nemrut, Mitra se muestra imberbe, con un gorro frigio, y originalmente estaba sentado en un trono junto a otras deidades y al propio rey. En la parte posterior de los tronos hay una inscripción en griego, que incluye el nombre Apolo-Mitra-Helios».
Identificado inicialmente por los griegos con el dios solar Helios, «el sincrético Mitra-Helios se transformó en la figura de Mitra durante el siglo II a. C., probablemente en Pérgamo. Este nuevo culto llegó a Roma alrededor del siglo I a. C. y se dispersó por todo el Imperio romano. Popular entre los militares romanos, el mitraísmo se extendió hasta el norte, llegando incluso al Muro de Adriano».
Para la celebración del nacimiento de Mitra, el 25 de diciembre, todos intercambiaban regalos y encendían luminarias con mucha alegría.