Elvis Presley: Idolo de los coléricos

Rebeldía con clase
REBELDÍA CON CLASE: El grito es «lo joven es hermoso». A pesar de su apariencia, era humilde y cortés.

 

No sólo James Dean atrajo seguidores en la época de las casacas negras y las motonetas. Elvis Presley los hizo bailar. El próximo domingo se cumplen diez años de su muerte.

CON sus pantalones negros ceñidos, su vis­tosa camisa con cuello levantado, su largo pelo y sus patillas, el Rey enfrenta a la multitud.

—Me gusta comenzar mis conciertos con el himno nacional —dice por el mi­crófono con su inglés arrastrado y de vaga pronunciación—. ¿Se pondrían to­dos de pie, por favor?

Y las 15 mil personas, que copan el estadio de Seattle, se levantan.

Elvis toma la guitarra, se retuerce una vez más, toma aliento, y estalla en un violento rocanrol: «You ain’t nothing but a hound dog. . . (No eres más que un sabueso).»

La multitud, sorprendida, enloque­ce. El público de las galerías se mueve hacia arriba y hacia abajo, como una gi­gantesca estrella de mar. Ni siquiera se escucha la voz de Elvis. Ocurre en 1957.

La irreverencia será uno de los dis­tintivos de Elvis Presley, El Rey, el in­comparable, el sin par ídolo de la mú­sica popular, fallecido hace diez años.

Pero Elvis era algo más que un cantan­te. Fue un símbolo de rebelión. Un grito de lucha. Newsweek lo llama «el niño que abrió la brecha generacional». El creador de una música que los jóvenes pueden lla­mar suya, ya no de sus padres.

Eclipsa así a esas estrellas de cine y vocalistas de centros nocturnos que rei­naban en el mundo de la canción. A Frank Sinatra y Bing Crosby.

En Latinoamérica, relega a lugares secundarios a chilenos como Antonio Prieto y Lucho Gatica. Y empequeñece los triunfos de Miguel Aceves Mejías, con La cama de piedra, y Libertad Lamarque, con Fumando espero.

Todo comienza en enero de 1956 con estos sones: «Well, since my baby left me,/ found a new place to dwell/ down at the end of Lonely Street/ at Heartbreak Hotel.» («Desde que mi chica me dejó,/ encontré un nuevo lugar para vivir/ al final de la Calle Solitaria/ en el  Hotel Nostálgico.»)

Elvis tiene 21 años; su rudo y sagaz empresario, el Coronel Tom Parker, le consigue un fabuloso contrato con la RCA, que edita Hotel Nostálgico, y ven­de un millón de discos en un suspiro.

SALIR DEL MONTON

Atrás quedan los días de miseria en Tupelo, Mississippi; los días de camionero en Memphis. Atrás, sus giras por los estados del sur estadounidense, pro­movido como El Gato Montañés.

Ese mismo enero debuta en televi­sión. Canta: «Puedes quemar mi casa, ro­bar mi auto, beber mi sidra de mi viejo ja­rro; pero no pises mis zapatos de gamuza azul. Puedes hacer cualquier cosa, perc apártate de mis zapatos de gamuza azul.»

La letra debe haberla disfrutado este tímido chico que tarda un cuarto de hora en peinar su «copete» y su «gatito». Que adora la ropa vistosa. Que usa tenidas de terciopelo o de cuero. Que disfruta las chaquetas rosadas.

Que, ya en el liceo, gustaba deslum­brar, llamar la atención.

—Quería ser diferente y parecer de más edad —cuenta Elvis a una periodista en marzo del 57—. El único modo fue dejarme el pelo largo y usar ropa negra. Mis compañeros me molestaban muy a menudo por mi aspecto, pero no desistí. Incluso entonces sabía que para destacar del montón había que ser distinto.

No sólo sus canciones se ponen de moda, sino TODO él. Sus ojos adormi­lados, su boca chueca, sus contorneos y estremecimientos al cantar.

CRITICAS CRIOLLAS

Chile se llena de elvispresleys. Con casacas negras circulan sobre raudas motonetas, escuchando las primeras radios a pilas por las que sale su música.

A Camilo Fernández, entonces co­mentarista de discos de revista Ecran, le disgustaban estos imitadores. «Pantalones ajustados, patillas, pelo largo, se identifican en la calle», reseña para la Navidad del 57. «Bailan muy bien «rock» y no pierden tiempo en conversa­ciones con una muchacha: bastan los he­chos (. . .). Están reñidos con la conver­sación inteligente o culta.»

Decía que Elvis era el «creador de un estilo vocal que ha causado más daño a la música popular que todas las influencias negativas en medio siglo».

Se quejaba de «las convulsiones de Presley, su fraseo entrecortado, sus alu­siones sexuales en gestos y canciones, que se hacen groseras».

Fernández, por aquella época, tenía el remedio. «Si se necesita un modelo, es preferible imitar a Pat Boone», que era «un muchacho culto, sano, educado, uni­versitario, padre de tres hijas, enamorado de su mujer».

No estaba solo en sus ataques. En Estados Unidos, Frank Sinatra llama al rock «la forma de expresión más brutal, fea, desesperada, viciosa».

Ed Sullivan —rey de la televisión estadounidense— jura que Elvis jamás pisará su show. Pero cuando el Coronel Parker lleva a su pupilo al programa de la competencia y su rating baja brus­camente, Sullivan renuncia a todo y de­sembolsa inconcebibles 50 mil dólares para captar a Presley.

CONTORSIONES VENDEDORAS

Se presenta tres veces entre el 8 de septiembre del 56 y el 6 de enero del 57. Sólo en el tercero lo censuran: lo mues­tran de la cintura para arriba, para que no vean cómo Elvis mueve la pelvis. (Le dicen «Elvis the Pelvis».)

El crítico musical Greil Marcus está de acuerdo con la censura. El revisó los videos un cuarto de siglo después y con­cluyó: «Si apareciera hoy en televisión, el espectáculo no sería menos chocante.» A pesar de que considera a Presley «una fi­gura suprema» en la vida estadouniden­se; sin comparación.

Y por qué se mueve así. Elvis:

—En mi primera aparición después que comencé a grabar, yo estaba en un show en Memphis donde comencé a hacer eso. Estaba haciendo una canción rápida, uno de mis primeros discos, y todo el mundo estaba vociferando, y yo no sabía por qué gritaban así. Me fui del escenario y mi manager me dijo que ellos gritaban porque yo me estaba contorsionando. Bueno, volví por un bis y, entonces, hice un poco más, y mientras más lo hacía, más locos se ponían.

Pero no es tan así la cosa. A los 18, cantaba spirituals y movía las caderas, lo que ponía en situación engorrosa a sus compañeros de canto. En los estudios de RCA, Elvis …movía las caderas, lo que molestaba a los ingenieros porque se ale­jaba del micrófono. El jefe de sonido le pide que se quede tranquilo.

—No, no puedo —responde Elvis—. Lo siento. Comienzo a cantar y los mo­vimientos son involuntarios.

SIGUIENDO A JAMES DEAN

Cuando pasa a Hollywood, Elvis se propone emular a James Dean (fallecido un año antes) y a Marlon Brando, sus ídolos. Ellos representaban la primera ola de rebelión de una juventud disconforme. Surgen los beatniks, antecesores de los hippies.

Es la onda popular. En un nivel más culto, en el ensayo, la novela y, so­bre todo, en el teatro, habían surgido antes en Gran Bretaña los jóvenes ira­cundos, con Harold Pinter y John Osborne (Recordando con ira). En el mismo ámbito, crece en Estados Unidos la Beat Generation, con Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti. Ellos expresan el desengaño de los jóvenes por la sociedad de consumo.

El Coronel Parker aprovecha el ci­ne como catapulta para su estrella. Se le ocurre sacar 500 copias simultáneas de la película para estrenarla en igual nú­mero de salas. Cosecha ganancias fabu­losas. Además, comercializa a paso de pulga las bandas de sonido de los fil­mes: primero como singles; luego, como álbumes.

En Chile lo instalan de inmediato en el podio de los diez actores favoritos. Lo superan Yul Brynner, Rock Hudson y, sobre todo, el inefable James Dean.

Sus bolsillos engordan una barba­ridad. En semanas llega a ganar hasta 50 mil dólares en presentaciones per­sonales, más los que le pagan por pelí­cula y por aparecer en televisión, más los millones de discos vendidos… Du­rante 1956, su primer año, recauda 1 millón 900 mil dólares.

«PREFIERO MANEJAR CAMIONES»

Primero compra un Cadillac rosa­do. Después, uno negro; otro amarillo, una limosina negra. Un Lincoln blanco; un coche deportivo Messerschmitt. Pero lo que más le gusta es pasear por las ca­lles de Memphis —¡soplado!— en su moto Harley-Davidson, llevando a bel­dades hollywoodenses como Natalie Wood, quien viaja especialmente a Mem­phis para conocer a sus padres.

También adquiere una mansión de 23 habitaciones, que denomina Graceland (La Tierra de la Gracia). En ella fa­llecerá veinte años más tarde.

Le encantan el cine y los parques de diversiones. No va así no más; los arrien­da para él y sus amigos. Y maneja los pe­queños automóviles, lanza pelotas de tra­po a los monos porfiados, dispara a las hileras de patitos y gana ositos de felpa.

Tiene sueño intranquilo. Se acuesta a las dos, a las cuatro de la madrugada, y duerme, mal, hasta mediodía.

De gustos sencillos, es bueno para las hamburguesas, el pollo asado, la car­ne de cerdo, los emparedados, la leche, los helados.

Y para contorsionarse.

El Coronel Parker y otros ejecuti­vos le han pedido que suavice sus inter­pretaciones. Elvis se opone:

—Si tengo que limitarme a mi voz, prefiero volver a manejar camiones.

Tal como crece el número de sus admiradores, aumenta el de los detractores. Con el objeto de sacarlo de circulación, gran cantidad de gente envía diariamente cartas a la Oficina de Re­clutamiento, pidiendo que enrolen al ídolo.

LA PARADOJA DE ELVIS

Finalmente, el 24 de marzo de 1958, a las 6.30 de la mañana, Elvis se incorporó al Ejército.

A su regreso en 1960, venía con el pelo a lo Sansón: cortito. Suave.

Y se dedicó a cantar baladas como su famosa versión de O Sole Mio que él llamó Ahora o nunca.

—El período previo no era hacia los adultos. Era solamente para la juventud. Ahora hace una música más pausada, más melódica. Ya dejó de ser el lolito del rocanrol con todos sus movimientos que llegaba más bien a las quinceañeras; em­pezó a llegar a todo tipo de público —explica la fan chilena Mireya Campos, profesora de alemán, que lo sabe todo sobre Elvis y posee una espectacular co­lección de más de un centenar de discos suyos.

A fines de los años 60, Elvis comen­zó a presentarse de manera habitual en Las Vegas. Le pagaban 100 mil dólares por noche.

Al momento de morir —con 115 ki­los y una docena de tranquilizantes dis­tintos en el cuerpo—, se le consideraba un destacado vocalista de centros noc­turnos. Como ésos que él mismo había eclipsado. Tenía 42 años.

Texto: Alexis Jéldrez

9 de agosto de 1987

 


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