Esa tarde fue una pesadilla. Caminé más de cinco horas para llegar a mi casa. No había carabineros en ninguna parte.

CUANDO se produjo el «Estallido Social», en octubre de 2019, existían las «Notas» de Facebook, y yo las usaba con mucha frecuencia. Ahí publiqué estas líneas en las que dejé establecido lo sorprendente que fue el viernes 18 de octubre de 2019. Sobre todo porque no había policías en ninguna parte. El texto tuvo mucho éxito y comentarios. «No estaban. Es evidente para cualquiera que haya estado en la calle estos días.» (B. Salas) «¡Buenísimo relato!, y varios colegas que viven en el Centro dicen lo mismo; no había ni un carabinero» (G. López) «¡Bien, Alexis! Y subscribo las medidas que propones. ¡Abrazo! (R. Torres) «Esta tarde, en Nantes, Francia (como en otras ciudades de Europa), solidaridad con Chile en movimiento». (P. Rojas) «También en París, Berlín y ¡en mi barrio Dardignac! (R. Torres) «¡Que certero, Alexis! (J.P. Gil). «¡Qué buena, Alexis Jeldrez! Me encanta tu relato, la cotidianeidad, los detalles. ¡Hace tan auténtico lo que otros no quieren reconocer!» «¡Felicitaciones, primo!! ¡Ta pasaaaaaste!» (J.L. Jéldrez)

ESTA mañana, veía “Estado Nacional” en TVN, y la diputada Karol Cariola manifestaba su sorpresa porque no había carabineros en ninguna parte cuando se produjeron los mayores actos de vandalismo el viernes 18 de octubre. Podría ser una maniobra, dijo la parlamentaria. Frente a ella, el senador Andrés Allamand le puso su peor cara (daba susto) y le levantó la voz. Le pareció inaceptable que la diputada comunista esbozara esa teoría. (La teoría de un montaje.)
Yo estuve ahí.
El viernes 18 de octubre en la tarde, a la hora del té, nos juntamos con mi compadre Hugo San Martín a escuchar música en la glorieta de la Plaza de Armas. Creíamos que iban a tocar salsa, pero había un grupo de jazz antiguo con clarinetes, trombón, saxo, contrabajo y una mujer con dedales que tocaba ese instrumento de percusión donde antes se lavaba ropa. Estilo New Orleans.
Yo había tomado todas las precauciones para no usar el metro. Ya había tenido que ir al Centro el miércoles anterior, y había utilizado solamente micros. De hecho, me encontré en Ahumada con los colegiales evasores: me dio la impresión de que tenían entre 12 y 14 años. Detrás de ellos, iban muchos carabineros de tránsito (esos con correas blancas).
Terminamos de escuchar a los jazzistas con Hugo, nos tomamos un café y un té (y un jugo de piña), y nos dispusimos a retirarnos a nuestros domicilios. Eran pasadas las 8 de la tarde, y había cacerolazos abundantes en todos los departamentos. Mi compadre se dirigió hacia la avenida Perú, donde su hijo lo trasladaría en auto. Yo me puse a caminar hacia Santa Isabel con Seminario, el paradero terminal de la D18. Mientras tomábamos el café, veíamos en los televisores que el Ministerio de Transportes había dispuesto que hubiera más buses para sustituir al metro.
Pensé que encontraría una micro.

Pero en este viernes 18 de octubre las calles del Centro eran una verdadera batalla campal, y, tal como lo manifestó la diputada Karol Cariola, no se veía ningún carabinero. Esto era muy extraño.
Ya el miércoles en la tarde, cuando me dirigía al Centro, había fogatas y bombas lacrimógenas en la esquina de Alameda con Mac-Iver. Ese día tuve que meterme por París y Londres, y cruzar por Estado.
Ahora, no sabía qué hacer. Toda la Alameda era una sola fogata, y, aunque el senador Allamand se enfurezca, no había un carabinero. Los encapuchados se habían tomado la Alameda.
Crucé, aterrorizado (había explosiones), por el costado del cerro Santa Lucía. Un ciclista casi me atropelló (él iba contra el tránsito). Todos los basureros estaban con fuego. Los encapuchados se dedicaban a sacar las rejas y las cruzaban en la calle. Pasé muy cerca de donde se produciría el incendio después en Enel (la antigua Endesa) en Santa Rosa.
Finalmente, muerto de susto, por Lira, llegué a Diagonal Paraguay y tomé por Portugal hacia Santa Isabel. Cuando pasé frente a la Posta Central, una enfermera le comentaba a otra que su hermano era carabinero y que estaban todos acuartelados. Puede haber sido verdad, porque —aunque me grite el senador Allamand, y me ponga caras espantosas— no había ningún carabinero en ninguna parte, y podía pasar cualquier cosa. Esto era muy extraño.
Cuando pasé por el Plaza Victoria, un grupo de músicos bajaba sus instrumentos.
Yo partí del Centro a las 20 horas, y llegué a mi casa a 25 para las 2 del día siguiente (sábado 19 de octubre). Son apenas 10 kilómetros, y según Google no debí demorarme más de dos horas, pero yo me detuve varias veces porque pensé que, como había anunciado el Ministerio de Transportes, de repente pasaría alguna micro. No fue así. No pasaba nada.
En la esquina de Bustamante con Santa Isabel, había una alegre protesta que sólo se cruzaba en la calle cuando había luz roja, y bailaban tocando cacerolas.
Me instalé en el paradero de la D18 un buen rato para ver si pasaba algo, pero fue inútil. Me puse a caminar por Santa Isabel. La vida seguía su curso habitual. En los bares y restaurantes se veía mucha gente disfrutando de sus cervezas. El Bar de René estaba lleno.
Me senté en una cómoda banca frente al Emporio El Caramaño y llamé a mi hija, que vive por ahí. La pasé a saludar (y a mi nieto, y a mi yerno); me convidó un tecito y un vaso de agua, y me dispuse a caminar por Santa Isabel, Diagonal Oriente y Simón Bolívar hasta mi casa. Todo estaba tranquilo. No pasaba nada.
Se me hizo largo ese trayecto.
Cuando llegué al Cine Hoyts de La Reina (hoy, Cinépolis), descubrí que El Panzón de Bustamante estaba abierto, y me serví un churrasco italiano con un schop Heineken. Ya era más de medianoche.
No se veía un policía por Américo Vespucio.
Subí a mi barrio por Echenique, y al llegar a mi casa estaban abiertos los bares del barrio, que son El Gauchito y El Autóctono. Eran las 1 y media, pasadas, y nunca vi una micro ni un carabinero.
Era muy extraño.
Al día siguiente, sábado 19 de octubre, me sumé a las protestas acá en mi barrio, en Príncipe de Gales con Salvador Izquierdo. Esta protesta se podría llamar: “Está mal pelao el chancho”, o “Unos pocos tienen mucho, y muchos tienen poco”. O: “La élite no entiende nada de lo que le pasa a la ciudadanía”.

Protestas en La Reina el sábado 19 de octubre.
También podría llamarse: “La rebelión de los patipelaos”.
El Presidente de la República todavía cree que cuando uno usa tarjeta de crédito piden el carnet…
La famosa periodista no sabe que cuando uno va al estadio, le piden el carnet…
Se ha producido una desconexión, una falta de empatía, entre la cúpula, la clase dirigente, la élite, y la ciudadanía (“los patipelaos”).
Y esto hace que se pongan chistositos, que se crean “humoristas”. Un ministro sugiere que las personas —que sufren para llegar a fin de mes— compren flores porque están más baratas. Otro, que salgan de madrugada de sus casas porque el metro les costará más barato; es decir, que en vez de pasar cuatro horas metidos en el transporte público pasen seis horas incrustados en micros y metros porque así se ahorran varios pesos.
Otro ministro sugiere que las personas van a los consultorios a hacer vida social…
Esto indigna.

Este tipo de pan de dulce es el que sugirió la princesa Victoria, tía de Luis XVI. (CC BY-SA 3.0)
La indignación fue aumentando, y reventó.
A mí me recuerda la Toma de la Bastilla, del martes 14 de julio de 1789. También me acordé de María Antonieta. “Si no tienen pan, que coman pasteles”. La leyenda sostiene que María Antonieta, reina de Francia y esposa de Luis XVI, dijo estas palabras en la ventana del castillo de Versalles, frente al pueblo parisino que se dirigía al rey para quejarse del aumento del precio del pan. Al final, lo cierto es que la frase la pronunció una tía de Luis XVI, y no su mujer (que murió guillotinada).
El sábado 19 de octubre, me sumé a las protestas acá en mi barrio, en Príncipe de Gales con Salvador Izquierdo. Llevé un pito de árbitro para hacer ruido. Era todo muy civilizado, muy decente. Cantando, saltando, bailando, haciendo música. Había varios tambores, y por lo menos otro pito de árbitro. Al comienzo, éramos alrededor de una veintena, pero al final, pocos minutos antes del toque de queda, casi un centenar.
Algunos niños (menores de 13 años) intentaron hacer destrozos, pero unas señoras los controlaron. La violencia y la destrucción es una tentación cuando se forman estas multitudes. La turba se comporta de otra manera.
Pero acá la idea era protestar pacíficamente.
La situación es difícil, y la solución no es fácil, sobre todo cuando uno ve la soberbia y la falta de humildad de la clase privilegiada. En “Estado Nacional” habló el subsecretario Rodrigo Ubilla con una agresividad y una violencia que no garantizan nada bueno.
Como tuiteó la diputada Karol Cariola, lo que “sucede hoy en Santiago no es resultado ni de partidos ni de organizaciones, fue malestar directo de la gente”. Acá no hay líderes. Esto es un estallido social. Malestar ciudadano. La gente se aburrió.
La gente se aburrió de la displicencia, de la indolencia. Me acordé del criticado video de la ministra Marcela Cubillos, con su falta de interés en lo que piensan las otras personas. “Perdieron las elecciones, y nosotros tenemos otras ideas”…
Creen que se las saben todas.
Buscan descomprimir la situación, pero no saben cómo. El 1% más poderoso del país; el 0,1% más poderoso del país; el 0,01% más poderoso del país no quiere ganar menos plata, y siente que eso está bien.
Este no ha sido un estado de excepción. Ha sido un Estado de Decepción.
ALGUNAS MEDIDAS QUE PODRÍAN AYUDAR
- Aprobar las 40 horas ahora.
- Duplicar el salario mínimo ahora.
- Duplicar las pensiones mínimas ahora.
- Masificar las farmacias populares ahora.
- Terminar con el IVA a los medicamentos y a los libros ahora.
- Terminar los abusos ahora.
- Cambiar la Constitución ahora.
- Terminar con las reelecciones de diputados, senadores y alcaldes ahora.
- Rebajar a la mitad la dieta parlamentaria ahora.
- Dejar de arrendarles autos a los parlamentarios ahora.
- Dejar de pagarles hoteles a los parlamentarios ahora.
- Reducir a la cuarta parte los sueldos de notarios y de conservadores de bienes raíces ahora.
- Terminar con la idea de la “reintegración tributaria” ahora.
- Recuperar los Ferrocarriles del Estado ahora.
- Recuperar la Empresa de Transportes Colectivos del Estado ahora.
- Subsidiar el transporte público ahora.
- Subsidiar una educación pública de calidad ahora.
- Prohibir los chistes de los ministros.
Más notas:
P. Rojas entregó un comentario más largo, que merece párrafo aparte: «Muchas gracias, Alexis Jeldrez, por tu crónica ‘En la calle’. Hay un momento que he apreciado particularmente, probablemente porque con él me puedo identificar perfectamente: el churrasco italiano con el chop de Heineken. La historia empieza a ‘la hora del té’. Me gusta que así sea, es un buen momento, un buen pitazo de tren o balazo de pista de atletismo para que Ulises inicie su travesía. Cuarenta y cinco años lejos de Santiago de la Nueva Extremadura, la composición que tengo de las calles de la ciudad es bastante borrosa. Ese viejo pergamino del Santiago que fue, impreso en mi memoria, se superpone al trazado de algunas avenidas que han sido remodeladas y que no me son familiares. Por ahí voy, por ahí me llevas, un poco a tientas. Hay un primer alto, como quién diría ‘para abrevar el caballo’, un tecito y agua. La diligencia puede continuar su andanza. Y después, aquel momento al que ya hice alusión, aquella pausa que le ofreces al lector para que se restaure del accidentado recorrido. ‘Era más de medianoche’, dices. A esa hora el caminante merece su sabroso churrasco, acompañado por su vivificante chop de cerveza. Para mí, es un hito fundamental del relato. No lo refieres, pero puedo imaginar el cansancio, el calor en Santiago en una noche como ésa. Hay una medida, una especie de pauta que llevo en mí desde la adolescencia: ‘El vaso de leche’, relato de Manuel Rojas. Dar a sentir el hambre, el cansancio, la sed, el sueño… y sus contrarios: la saciedad, la energía, la esperanza… Así lo siento yo: tu crónica me permite nutrirme, alimentar la esperanza que la humanidad siga avanzando.»